Lo que comenzó como una escapada organizada entre amigos, terminó siendo una aventura inesperada junto a personas que apenas conocía, incluyendo al papá de mi novia, a quien conocí un mes antes; y ese mismo día se sumó al viaje. El plan original era algo tan lejano como ver las auroras boreales, pero terminó siendo no solo una experiencia única de esquí en los majestuosos paisajes invernales de la Patagonia, sino también una travesía con la incertidumbre y la curiosidad de compartir una semana con alguien que apenas estaba conociendo, que, para ser sincero, añadió una interesante capa de dinamismo a la travesía.
Bariloche y San Martín de los Andes: Un encuentro con lo desconocido
Nuestro viaje comenzó en Buenos Aires, aunque solo de paso. Arribamos a las 2 de la mañana y tres horas después estábamos volando hacia Bariloche. No hubo tiempo para conocer la vibrante capital argentina en esa primera etapa del viaje. Sin embargo, el verdadero espectáculo estaba por llegar.
Después de una breve parada en Bariloche, nos dirigimos hacia San Martín de los Andes, donde experimenté algo que hasta entonces solo había visto en películas: un ecosistema completamente nevado. La emoción de estar rodeado de montañas blancas y frías fue incomparable. En Colombia, donde la nieve es algo que se escucha más que se ve, la sensación de deslizarme por esas pendientes fue increíble. El esquí, aunque más complicado de lo que parece en una pantalla, no fue imposible, y la recompensa fue ese paisaje majestuoso.
Tras una noche en San Martín, volvimos a Bariloche, donde tuvimos la oportunidad de conocer mejor la ciudad. Entre miradores y paisajes de ensueño, la Patagonia dejó una huella profunda en mí, tanto por su belleza como por la hospitalidad de la gente.
De Bariloche a Buenos Aires: El contraste de dos mundos
Al finalizar nuestra estancia en la Patagonia, volamos de regreso a Buenos Aires, mientras que el resto del grupo decidió continuar hacia el extremo sur del continente, a Ushuaia. Buenos Aires nos recibiría listos para disfrutar de las últimas dos noches en la ciudad que muchos consideran la joya de Sudamérica. Sin embargo, nuestra llegada fue accidentada. Al aterrizar, nos dirigimos a un hotel que nos habían recomendado, pero no teníamos reserva, lo que resultó en una odisea deambulando por las calles de Recoleta en busca de alojamiento. Además, una intoxicación por algo que comí en Bariloche complicó la situación, haciendo que el primer día en la capital fuese tranquilo, por no decir, agotador.
El segundo día fue una historia diferente. Salimos a explorar una de las ciudades más bonitas que he conocido, comparable solo con Medellín y Londres, lugares donde también me he imaginado viviendo. Buenos Aires es una ciudad que invita a caminar, a perderse entre sus barrios llenos de historia y arte, donde la amabilidad de su gente, quizás por ser un destino tan turístico, hace que te sientas bienvenido en todo momento.
Gastronomía argentina: Un viaje en sí mismo
Uno de los aspectos más memorables fue la comida. La carne argentina, famosa en todo el mundo, superó todas mis expectativas. Aunque suelo preferir la carne bien cocida, en Buenos Aires probé el asado al punto medio, y fue una revelación. Entre los cortes que degusté, el Ojo de Bife se llevó el premio mayor. A pesar de las porciones generosas (un Ojo de Bife puede pesar hasta 500 gramos), la calidad de la carne y su sabor inigualable la convirtieron en la mejor carne que he comido en mi vida.
Una conversación política en un casino y reflexiones sobre el país
La política, aunque no era el centro de mi viaje, se hizo presente en una conversación casual particularmente reveladora, con un celador de un casino cercano a nuestro hotel (Les mentiría si les dijera que hablar de política no me apasiona). Este hombre, claramente en desacuerdo con el gobierno actual, expresaba un profundo descontento con la situación del país. Lo que me llamó la atención es que, a pesar de su visión crítica, la Argentina que vi no coincidía con la imagen de un país en ruinas que percibía desde afuera, como extranjero.
Es cierto que el país está dividido políticamente, como muchos otros en el mundo, pero también es un lugar lleno de personas que, más allá de la pasión que levantan las discusiones políticas, salen a trabajar y luchan por salir adelante. Argentina no está destruida, pero tampoco es un paraíso; es un país que, como muchos otros, enfrenta desafíos y contradicciones. El país que viví está lejos de ser la versión extrema que muchas veces se proyecta en las redes sociales.
Conclusión: Argentina, entre la realidad y las percepciones
Este viaje a Argentina me permitió ver más allá de las narrativas simplificadas que suelen dominar las discusiones en redes sociales o medios. Ni todo es tan malo, ni todo está tan bien. Lo que vi fue un país que, pese a sus desafíos, sigue adelante, y cuyas montañas, ciudades y gastronomía me dejaron una impresión duradera. Argentina es mucho más que las imágenes polarizadas que se ven en internet; es un país de contrastes, sí, pero también de belleza y resiliencia.