La tragedia en Gaza es un grito de angustia que no puede seguir siendo ignorado. Los bombardeos, la destrucción y las miles de muertes que han dejado este conflicto como una herida abierta en el corazón del Medio Oriente no son solo números, son personas. Se puede ser de derechas o de izquierdas, cristiano, árabe, judío, ateo o creyente; pero hay una realidad que trasciende cualquier postura política, religiosa o racial: la masacre sistemática de miles de civiles en Gaza es inhumana. No importa si el responsable se llama Hitler o Netanyahu, cuando alguien se arroga el derecho de acabar con la vida de miles, estamos ante un abuso de poder monstruoso.
El problema no es solo Gaza. ¿Qué está ocurriendo detrás del telón que no estamos viendo? Israel y Estados Unidos podrían estar utilizando la crisis como una cortina de humo para sus verdaderos intereses. El regreso de Reza Pahlavi, hijo del último Sha de Irán, parece apuntar hacia un desenlace en el que se desmantela el régimen islámico de Irán, enemigo acérrimo de ambos países. Mientras el mundo pone los ojos en Gaza, se perfilan movimientos geopolíticos que podrían transformar radicalmente el escenario en Oriente Medio. ¿Estamos asistiendo a una estrategia más amplia donde el sufrimiento palestino sirve como distracción?
Recuerdo una conversación con alguien cercano en la que discutíamos las acciones del estado de Israel, no de los judíos, sino del estado y sus fuerzas. Para entonces, el número de muertos palestinos ascendía a casi 8,000. Su respuesta fue inmediata: «¿Y los 1,000 israelíes que mataron qué?» Esa respuesta encapsula el problema de la polarización extrema que vivimos hoy en día: el horror solo se ve en la otra parte. Nadie se detiene a pensar que lo único verdaderamente obvio debería ser no matar a civiles inocentes, sin importar el lado.
Es deber de los países libres del mundo denunciar este ciclo de violencia. Callar ante los abusos de poder solo perpetúa la impunidad. Si no actuamos ahora, podríamos estar al borde de una catástrofe mucho mayor, con repercusiones globales. Como dijo una vez alguien en una clase de derecho: “La justicia tarda, pero llega”. Y es cierto. Irmgard Furchner, la enfermera nazi condenada a los 99 años por su complicidad en el campo de concentración de Stutthof, es un ejemplo de que la impunidad no es eterna. Netanyahu también enfrentará el peso de la justicia, porque no se puede perpetuar el asesinato de miles de inocentes sin que las consecuencias alcancen, tarde o temprano, a sus responsables.
Solo espero que ese día llegue pronto, antes de que su maquinaria de muerte se cobre más víctimas inocentes. No podemos esperar que el «matón del planeta» siga actuando sin freno. La justicia debe adelantarse a la historia, y eso depende de todos nosotros.